El viaje a lo más profundo de uno mismo a través del dolor provocado por el abuso durante la infancia
Hace diez años fui a ver la película El Laberinto del Fauno. Cuando salí del cine, sentía una profunda tristeza, un desconsuelo infinito. Estuve varias horas sin ser capaz de decir nada. Me daba cuenta de cómo me sentía, pero no sabía por qué me sentía así ni qué había desencadenado aquella reacción tan intensa, tan profunda, tan desoladora. Al día siguiente empecé a escribir un artículo que me habían encargado, y empecé a hablar de la película. No sabía por qué escribía sobre ella, ni qué era lo que quería decir. Simplemente, me puse a escribir y, a medida que lo hacía, iba viniendo a mí lo que quería decir. No podía pensarlo antes, solo podía percibirlo subiendo desde un rincón muy profundo, oscuro y antiguo de mí. Empecé a darme cuenta de que estaba muy, muy enojado con el director de la película por el final que había decidido darle a la protagonista. En esos meses estaba estudiando a Jung, leyendo y trabajando sobre la sombra. Eso me ayudó a ver que mi enojo no tenía nada que ver