Reencuentro con mi madre

Mi madre murió en 1990 a los 58 años. Yo tenía 28 y viví su muerte con una desesperación tan desestabilizadora que llegó a preocupar a algunos de mis amigos. Por supuesto, yo no era consciente entonces de la razón profunda de semejante desesperación. Más de veinte años después, cuando yo tenía 46, empecé a mirar de frente a la parte más dolorosa de lo que había sido nuestra relación. Por prmera vez, me dije que una serie de recuerdos recurrentes que hasta ese momento yo había descrito para mí mismo como "desagradables" eran, en realidad, escenas de abuso sexual. El día que me dije esto de esta forma por primera vez empecé a caminar una senda que fue larga y muy, muy difícil. A lo largo de ese camino, absolutamente todas las piezas que conformaban el puzzle de mi vida saltaron por los aires. Yo deshice el puzzle. Tenía que empezar de nuevo, pero desde un punto muy, muy diferente a aquel desde el cual había construido la primera parte de mi vida.

Mientras procesaba el abuso, luchando a diario contra la enorme tentación de suicidarme, pasé por varias fases, empezando por la desesperación (pero, esta vez, por mí y mi vida), el absoluto desprecio y odio hacia mi madre, la rabia incontenible, la tristeza, la inmensa soledad, hasta llegar a la comprensión de su historia, a la compasión por su propio dolor, al perdón y la reconciliación. Cuando uno llega a la reconciliación, puede llegar a creer que ya está, que ese es el fin de trayecto. Pero no lo es. Falta un tramo, que es el que lleva desde la reconciliación hasta el agradecimiento. Sí, el agradecimiento. Cuando uno contempla la vida del personaje encarnado que representa desde la perspectiva del pacto de almas y el propio plan de alma, absolutamente todo adquiere un sentido insospechado y, cuando uno llega a comprender eso en lo más profundo, no puede más que agradecer que lo pactado antes de reencarnar se cumpliera. A ese punto ya llegué y en él estoy, y desde él comparto mi historia y me muestro.

Hace cuatro años, pocos meses después de conocernos, le expliqué a Carol que mi madre había abusado de mí durante mi infancia. Esa noche, tuve un encuentro con mi madre, que me reprochó con rabia que le hubiera contado mi historia a mi pareja. Yo no sabía aún que faltaba muy poco tiempo para que yo empezara a ayudar a almas perdidas a pasar a la Luz, pero esa noche entendí que el alma de mi madre estaba atascada y apegada todavía a lo que había vivido y dejado aquí.
Hace dos años y medio murieron mi hermano y mi padre, en menos de 24 horas de diferencia. Desde entonces, me he encontrado varias veces con mi padre y una vez con el alma de mi hermano. A lo largo de ese tiempo, invoqué varias veces al alma de mi madre y nunca sentí que acudiera. El fin de semana pasado estuve hablando sobre esto mismo sin darme cuenta de que, al hacerlo de la forma en que lo hice, la estaba invocando de nuevo.

Y esta vez sí acudió. Fue durante la sesión de meditación en nuestro centro, el lunes por la mañana. Durante la sesión, me sentía diferente, con una fuerza y una emoción que hacía mucho tiempo que no sentía, y con algo más, completamente nuevo, que no podía describir. Mi atención estaba puesta en la meditación que estaba guiando, y esas sensaciones nuevas las sentía como en un segundo plano. Una de las personas que estuvieron en la sesión tuvo un encuentro con mi madre durante la meditación y, cuando terminamos, me lo explicó. Un rato después, sentí un impulso intenso y familiar que me pedía que volviera a entrar en la sala de meditación, en la que ya no había nadie. Entré, me senté en mi silla de meditación, cerré los ojos, y sentí su presencia, clara, enorme, luminosa, indescriptiblemente amorosa, y en paz. Nos comunicamos unos minutos y, después de eso, simplemente me quedé allí, sintiendo su presencia. Por supuesto, reconocí inmediatamente la presencia de mi madre y su energía, pero esta vez, era su alma ascendida y en paz la que estaba allí, la que había venido a acompañarme. Durante esos minutos, sentí como no la había sentido nunca la indescriptible fuerza amorosa de la Energía Femenina, de la misma forma que, aproximadamente un año y medio antes, había sentido la también idnescriptible fuerza amorosa de la Energía Masculina, la primera vez que mi padre volvió para comunicarse conmigo. Vino para darme lo que, encarnado, no encontró la forma de darme. Anteayer, mi madre volvió también e hizo lo mismo. No puedo explicar con palabras lo que sentí. Solo podría expresarlo con el llanto que me desbordó en esos momentos. Solo esos seres ya desencarnados y yo lo sabemos, y es más que suficiente. Pero eso no significa que lo vivido por una persona tenga que ser solo para ella, porque la esperanza, la reconexión con nuestra multidimensionalidad, la vivencia del Amor infinito e incondicional, es algo que todos anhelamos recobrar, revivir, recordar.

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