Mi padre me pegó una vez

Mi padre me pegó una vez. Me llevó años perdonarle por ello. A mi hermano le pegó varias veces y, hasta donde yo supe, no llegó a perdonárselo. ¿Tenía motivos mi padre para estar enfadado con nosotros cuando nos pegó? Probablemente, sí: para estar enfadado, frustrado, asustado, avergonzado incluso, como resultado de lo que fuera que nosotros hubiéramos hecho o dicho. Los motivos para pegarnos estaban todos dentro de él, no en nosotros. Nos pegó porque su enfado, su frustración, su miedo, su vergüenza, le desbordaron, y lo que sus golpes pretendían, en realidad, no era castigarnos, como él creía, sino hacer nuestro lo que era suyo. Y de eso, él no era consciente. Ni nosotros tampoco.

"Mi padre / madre me pegaba, pero yo me lo merecía, porque yo era tremenda/o". He oído muchas veces, con distintas palabras, en diferentes versiones, esta misma afirmación de auto-odio. Dentro de cada persona adulta que dice esto, independientemente de su edad, hay una persona de muy pocos años rota por el maltrato. La persona adulta está, todavía, ahí, y no ha llegado aún al punto de perdonarse a sí misma primero y, después, perdonar a quien le maltrató y a quien lo consintió. En situaciones de violencia social y política se habla de perdón y reconciliación. En situaciones de violencia, maltrato, familiar, es necesario también llegar al perdón y a la reconciliación, empezando cada cual por sí mismo.

¿A ti te pegaron, te maltrataron? Si lo hicieron, no lo merecías. Da igual lo que hubieras hecho o dicho antes. No lo merecías. Nadie lo merece. La integridad física de una persona es sagrada (no solo la física, pero hoy hablo específicamente de esta). Empieza, pues, por perdonarte a ti mismo, a ti misma.

¿Tú has pegado o maltratado a alguien alguna vez? Si lo hiciste, no fue por lo que tu mente te decía, porque la mente siempre busca excusas donde no hay razones, y las busca fuera, además. Si lo hiciste, fue porque había grietas en ti y en tu capacidad de contener dentro de ti lo que estaba solo dentro de ti. Empieza, pues, por buscar dentro de ti la verdad de lo que crees ver fuera. Reencuéntrate con la personita rota que llevas dentro, y empieza también por perdonarla a ella, por perdonarte a ti mismo, a ti misma.

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