Amor con condiciones
Mi madre me dijo una vez, mientras me tapaba con la manta, "no seas nunca como él". Se refería a mi hermano. Como ocurre en muchísimas familias con dos hijos, mi hermano y yo estábamos en polaridades diferentes, poníamos en acción energías diferentes, aparentemente opuestas. Él era siete años mayor que yo y también construyó, como hacemos todos, un personaje recubierto en su propia armadura que le defendiera de los peligros que, como niño, percibía a su alrededor, dentro de casa mismo y fuera de ella. Para reducirlo a una palabra / arquetipo, él se atrincheró en el "rebelde", así que activaba conflictos con mis padres a menudo para conseguir, así, su atención, aunque fuera para pegarle, que es lo que a veces pasaba. Yo me atrincheré en el "estudioso", encerrado en mis libros y en la habitación buscando evitar el conflicto a toda cosa e, incluso, muchas veces, el contacto con mis padres, especialmente con mi madre. A mí me pegaron una vez, una bofetada dada con el revés de la mano de mi padre. Me llevó años borrarla, así que solo puedo intentar imaginar lo que le supuso para mi hermano llevar encima las varias palizas que recibió como castigo a su "rebeldía". Ese "no seas nunca como él" de mi madre era un grito de desesperación, de impotencia, un buscar el único agarradero que, en aquel instante, ella sentía que le quedaba, que era su hijo pequeño, "el bueno", "el que se porta bien": mi personaje. Era el personaje tras el cual el niño herido escondía su rabia, la misma rabia que su hermano expresaba abiertamente a través de cualquier conflicto desencadenado con cualquier excusa. Como yo dejaba la rabia dentro de mí, se acababa volviendo contra mí mismo: tristeza, depresión, problemas digestivos crónicos...
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