El primer apoyo



Especialmente al principio del proceso, cuando acabas de empezar a tomar consciencia de que alguien abusó de ti, o cuando todavía tienes dudas pero intuyes que, en realidad, sí ocurrió, puede resultar difícil tener alguna idea clara sobre qué hacer, por dónde empezar. Probablemente, lo más claro dentro de ti sea que estás muy confuso, que tu vida interior se está volviendo, o se puede volver, desordenada, incluso caótica. Recordar que uno fue abusado sexualmente durante la infancia puede convulsionar todas las capas de la vida de la persona, pero no por efecto del recuerdo, sino por el impacto directo del abuso. Puede haber una parte de nosotros que no quiera recordar, o que se resista a recordar más, porque atribuye el creciente malestar interno al recuerdo, al hecho de recordar. Pero no es así: el malestar provine del abuso, no del recuerdo del abuso per se. El recuerdo es necesario para retomar consciencia, para reconectar con el daño interno provocado por el abuso. Recordar es necesario para empezar a sanar. Recordar es empezar a sanar.

Así que, una vez que ya tengas claridad sobre el hecho de haber sufrido abusos, necesitas encontrar apoyo. Es imprescindible. Y encontrar apoyo implica hablar sobre lo que te ocurrió, romper el silencio que envuelve, oculta y protege lo ocurrido y, al hacerlo, lo enquista también.

Explicar que sufriste abusos sexuales durante la infancia puede ser un reto que tú percibas incluso como más que un reto: un obstáculo insalvable o casi insalvable. No lo es. Es un reto, pero no es algo imposible. Puede que te cueste mucho, pero podrás explicar tu historia por primera vez.

En algunas ocasiones, a lo largo de los 17 años que estuvimos muntos la que fue mi esposa y yo, sentí el impulso de decirle que algo me había pasado cuando era niño. Mi mente racional, mi neocórtex frontal, podía prever que ella me comprendería, entre otras cosas porque ella también había sido abusada durante su infancia y adolescencia por su hermano mayor, y yo lo sabía. Pero, en esos momentos en que sentí ese impulso, yo no estaba en mi mente racional y adulta, sino en el niño abusado, paralizado por el miedo al rechazo, muerto de vergüenza. Así que no se lo dije hasta mucho más tarde, cuando nuestra relación estaba muy deteriorada, pocas semanas antes de separarnos. Pero solo fui capaz de decírselo porque ella fue la segunda persona, no la primera, a quien se lo dije.

Escogí a la primera persona muy conscientemente. Era una compañera del máster que estaba haciendo en Washington, DC, donde vivía. Yo sabía que ella había sido abusada también por su madre, que luchaba por expandir consciencia sobre el abuso sexual, y que estaba casada con una mujer. Me sentía seguro, contaba con que me escucharía sin juzgarme, me comprendería y podría orientarme. Y así fue. 

Lo que más me ayudó no fueron tanto las orientaciones prácticas que me dio, sino el hecho de que me escuchara con el inmenso respeto y la inmensa aceptación con que lo hizo. Estuvimos hablando casi cinco horas en una cafetería y, cuando salí, estaba destrozado, sentía que mi vida estaba destrozada pero, por encima de eso, sabía que no estaba solo. Y eso, en ese momento, era para mí un tesoro de valor infinito, y me dio fuerzas para dar un paso más.

Más sobre este tema en este post y en este fragmento del libro El coraje de sanar

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